Gaspar Sanz: Una vida contada por el propio maestro
Ricardo Sánchez Alférez
*"Permítanme presentarme como Dios manda: Francisco Bartolomé Sanz Celma, aunque el mundo me conoce como Gaspar Sanz. Nací en Calanda, allá por 1640, y aunque mis orígenes fueron humildes, las cuerdas de mi guitarra lograron resonar más allá de mi tiempo. Acompañadme, que os narraré cómo un hombre sencillo elevó este instrumento a cotas insospechadas."
Mis primeros pasos: letras y acordes en Salamanca
Mi historia comienza en Calanda, una villa turolense que vio mis primeros días. Allí, entre paisajes de secano y canciones populares, empecé a descubrir los sonidos que más tarde llenarían mi vida. Mi familia, de condición modesta, me inculcó el valor del esfuerzo. Aunque no disponíamos de grandes riquezas, jamás faltó el estímulo para aprender.
Con el paso de los años, mis inquietudes me llevaron a la prestigiosa Universidad de Salamanca, donde estudié teología y me gradué como bachiller. En aquel tiempo, dedicarse al estudio de las letras y la fe era un camino seguro para un joven de mis circunstancias. Sin embargo, mi pasión por la música siempre estuvo presente, como un murmullo constante. Salamanca no sólo me formó en espíritu, sino que me preparó para afrontar la vida con disciplina y curiosidad.
Italia: el crisol de mi aprendizaje musical
"Fue en Italia donde mi verdadero viaje comenzó. Decidí cruzar los Pirineos y viajar al país donde la música era no sólo arte, sino también ciencia. Allí encontré a mis maestros: Cristofano Casarani me inició en los secretos del órgano, Lelio Colista me mostró la nobleza de la guitarra, y Orazio Benevoli me enseñó la majestuosidad de la polifonía. Cada lección era un regalo."
Durante mi estancia en Italia, viví en Roma y Nápoles, dos ciudades donde la música estaba en el aire. Allí aprendí que las composiciones no eran sólo melodías, sino historias que podían ser contadas con acordes y silencios. Estudié también bajo la influencia de Pedro Ciano, otro maestro notable, y aprendí de las formas musicales más innovadoras del momento, como la zarabanda, la chacona y la giga. Italia me enseñó que la música podía unir lo popular y lo erudito, algo que más tarde intentaría replicar en mi propia obra.
¡Ah, querido lector! Si creíais que mi vida transcurrió únicamente entre cuerdas, dejadme sorprenderos. Además de la música, mis inquietudes creativas encontraron otros cauces. ¿Sabíais que publiqué diversos escritos y versos? Sí, también tomé la pluma para componer poemas y dejar testimonio de mis reflexiones. Pero eso no es todo: mi pasión por el arte me llevó a convertirme en un grabador en cobre, y muchas de las planchas de música que ilustran mis tratados fueron obra de estas mismas manos.
En aquellos días, los músicos que aspiraban a algo más debían ser versados en múltiples disciplinas, y yo no me quedé atrás. Podría decirse que fui una suerte de humanista del barroco español, alguien que buscó la belleza y el conocimiento en sus diversas formas. No solo toqué y enseñé la guitarra, sino que también intenté que mi obra escrita y visual reflejara ese espíritu de erudición que tanto valorábamos en la época.
El regreso a España: mi Instrucción de música sobre la guitarra española
"Cuando volví a mi tierra, llevaba conmigo no sólo conocimientos, sino también un propósito: elevar la guitarra, ese instrumento a menudo menospreciado, a una posición de dignidad. Publicar mi tratado en Zaragoza fue mi forma de mostrar al mundo lo que había aprendido y de ponerlo al alcance de todos."
En 1674, publiqué Instrucción de música sobre la guitarra española. Este tratado fue más que un manual: fue mi legado. Dividido en tres libros, abordaba todo lo necesario para dominar el instrumento, desde los conceptos básicos hasta las composiciones más avanzadas:
- El primer libro ofrecía instrucciones detalladas sobre la afinación del instrumento, el uso del rasgueado y el punteado, así como mi adaptación del sistema de notación basado en tablaturas alfabéticas, conocido como el 'Abecedario italiano'.
- El segundo libro presentaba piezas basadas en danzas populares de la época, como la zarabanda y la chacona, que reflejaban la riqueza musical de España.
- El tercer libro incluía composiciones avanzadas, como mi célebre Canarios, que sigue siendo una de las obras más interpretadas y admiradas de la guitarra barroca.
Mi objetivo no era sólo enseñar a tocar, sino también demostrar que la guitarra podía brillar por sí sola, como un instrumento digno de respeto en cualquier salón cortesano o académico.
La guitarra: puente entre lo popular y lo sublime
"Algunos me consideraron un soñador al intentar dar a la guitarra un lugar entre los grandes instrumentos. Pero yo sabía que cada rasgueo tenía el potencial de ser poesía, y cada punteo, una oración. Sólo era cuestión de tiempo que otros también lo comprendieran."
La guitarra, en mi tiempo, estaba en pleno proceso de transformación. Pasaba de ser un instrumento popular, usado para acompañar canciones, a ocupar un lugar destacado en la música instrumental. Fui testigo de esa evolución, y mi trabajo contribuyó a impulsarla. Mi obra no sólo fue técnica, sino también un reflejo del alma de España, con sus danzas, ritmos y melodías cargados de historia y emoción.
Un legado que trasciende el tiempo
"Quizá en mi época no me llamaron maestro, pero sabía que el tiempo daría valor a mi trabajo. La guitarra es como un río: su sonido sigue fluyendo, incluso siglos después de que el intérprete haya guardado silencio."
En el siglo XX, mi obra fue rescatada por músicos y estudiosos como Emilio Pujol, quien realizó transcripciones de mis piezas para guitarristas modernos. Pero el verdadero renacimiento de mi música llegó en 1954, cuando Joaquín Rodrigo incluyó mis temas en su célebre Fantasía para un gentilhombre. Esa obra llevó mi nombre a los escenarios internacionales, devolviendo mi música al lugar que merecía.
Desde entonces, guitarristas de todo el mundo han interpretado mis composiciones, demostrando que lo que escribí con humildad en el siglo XVII sigue teniendo un eco universal. Obras como Marizápalos, Españoleta y Folías son testimonio de mi pasión por el instrumento.
Mi despedida
"Murió Gaspar Sanz en Madrid, en el año del Señor 1710. Pero si estáis leyendo estas palabras, quizá no estoy tan lejos como parece. Mi guitarra sigue sonando cada vez que alguien toma sus cuerdas y deja que hablen."
Gaspar Sanz fue más que un compositor; fue un pionero que dignificó la guitarra y dejó un legado que ha sobrevivido al paso de los siglos. Su vida y su obra son un recordatorio de cómo el arte puede transformar lo cotidiano en algo eterno.
Se considera que el grabado que acompaña esta dedicatoria, que muestra una guitarra barroca y ornamentos alusivos, fue realizado por el propio Sanz, dado su talento como grabador en cobre. Esta habilidad artística complementaba su faceta musical y literaria, mostrando la versatilidad propia de un humanista del Barroco.